Título original: To Be or Not to Be | Año: 1942 | Duración:
99 min. | País: Estados Unidos | Director: Ernst Lubitsch |
Guión: Edwin Justus Mayer
(Historia: Melchior Lengyel) | Música: Werner R. Heymann | Fotografía: Rudolph
Maté (B&W) | Reparto: Carole Lombard, Jack Benny, Robert Stack, Stanley Ridges,
Felix Bressart, Lionel Atwill, Sig Ruman, Tom Dugan, Charles Halton, George
Lynn | Productora:
Romaine Film / Alexander Korda|
La duda universal
“Ser o no ser: esa es la
cuestión”, planteaba Shakespeare en boca del Príncipe Hamlet en el ultra famoso
soliloquio. Hamlet pronuncia estas palabras tras la visión del fantasma de su
padre, que le revela que había sido asesinado por su propio tío, en complot con
su madre tras haberle sido infiel. Hamlet se cuestiona así el SER, cumplir su
venganza y matar a su tío, lo que le convertiría en asesino; o el NO SER, es
decir, no hacer nada.
Tras el visionado de la magnífica
película dirigida por Ernst Lubitsch, Ser
o no ser (To Be or Not to Be, 1942), queda claro que el título no está
escogido al azar. En el filme del director berlines tienen cabida las
infidelidades, las tramas de asesinato y los engaños. Los personajes,
cuidadosamente tratados, también tienen que hacer frente a la duda en sus
acciones. El SER implica la toma de decisiones, hacer frente a las
adversidades, es el paso que deben dar los valientes. Y en este caso los
valientes son una compañía de teatro, la última esperanza de la resistencia
para acabar con un respetado profesor polaco (Prof. Siletsky, interpretado por
Stanley Ridges) que decide traicionar a su pueblo y colaborar con los nazis,
tras la repentina (y sorpresiva) invasión de Polonia por parte de las tropas
del Führer.
Heil Myself!
La película, en un brillante
inicio cargado de ironía y humor, comienza su narración en la apacible vida de
la Polonia pre-invasión, centrándose en los personajes de una compañía de
teatro liderada por Joseph y Maria Tura (Jack Benny y Carole Lombard) que,
casualmente, están ensayando “Gestapo”, una obra de teatro crítica con el
nazismo. Cabe destacar de este inicio el fantástico momento en que el actor que
representa el papel de Hitler, grita “Heil Myself!” al responder al saludo
convencional nazi de “Heil Hitler”, desvelando el director el tono que va a ir
adquiriendo la película.
La invasión polaca y la aparición
de un joven piloto enamorado de María Tura y que sospecha de los oscuros planes
del Prof. Siletsky, provocará que los actores de la compañía teatral se revelen
como parte clave para el éxito de la resistencia polaca. A partir de este
momento, la película se articula como una ingeniosa sátira antinazi, en la que
el guión fluye como pocas veces se ha visto en el cine. Una maquinaria perfecta
donde todas las escenas son necesarias y los chistes se suceden de manera
magistral. Lubitsch se atreve con todo: el régimen disciplinario y totalitario,
la cadena de mando, la propaganda con mensaje e incluso con la figura del
propio Hitler.
La película está repleta de ironías, dobles sentidos y el característico “toque Lubitsch”, utilizando el ingenio para dejar entrever las insinuaciones sexuales de los personajes, esquivando así la tijera de la censura americana.
Arriba el telón
El teatro se convierte aquí en
una constante metáfora de la vida, reflejando el día a día e incluso la muerte
(el Prof. Siletsky muere en el escenario cuando se levanta el telón). En un
continuo juego de repeticiones, el director alemán anticipa las reacciones de
los personajes mediante la representación de los actores de la compañía,
dejando en el aire la reflexión de que somos actores de nuestra propia vida.
Lubitsch también saca tiempo para
satirizar un mundo que conoce bien, el de los egos y excentricidades de los
actores y la pérdida de importancia y respeto a la figura del director. El
vanidoso Joseph Tura es el conejillo de indias que usa el director para
desahogarse y se encarga de dejar claro que el actor es sólo una parte más del
engranaje final. Por el contrario, los secundarios se vuelven a erigir en parte
importante de las películas de Lubitsch, destacando principalmente Greenberg
(Felix Bressart) mediante el cual el director expresa las ambiciones de la
clase media, en este caso la representación del monólogo de Shylock.
La escena final (nuevamente en el
teatro) arroja una moraleja un tanto pesimista con el ser humano: la vida (el
teatro) continúa mientras que las personas raramente cambian. Ernst Lubitsch
firma una obra maestra, que parece más fresca cuánto más años tiene y que cada
visionado aporta nuevos descubrimientos.
Daniel Reigosa
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