domingo, 27 de octubre de 2013

La vie d'Adèle - Chapitre 1 & 2 e (La Vida de Adele, Abdellatif Kechiche, 2013)

Dulces diecisiete

by Daniel Reigosa



Título original: La vie d'Adèle - Chapitre 1 & 2 (Blue Is the Warmest Colour) | Año: 2013 | Duración: 180 min. | País: Francia | Director: Abdel Kechiche (AKA Abdellatif Kechiche) | Guión: Abdel Kechiche (AKA Abdellatif Kechiche), Ghalya Lacroix (Novela gráfica: Julie Maroh) | Música: Varios | Reparto: Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux, Salim Kechiouche, Mona Walravens, Jeremie Laheurte, Alma Jodorowsky, Aurélien Recoing, Catherine Salée, Fanny Maurin, Benjamin Siksou, Sandor Funtek, Karim Saidi | Productora: Wild Bunch / Quat'sous Films / France 2 Cinema / Scope Pictures / Vértigo Films / RTBF / Canal + / CNC



La Vida de Adèle es, sin lugar a dudas, la película que más controversia está generando en el panorama actual cinematográfico y sobre la cual se centra uno de los debates críticos del momento. El filme de Kechiche irrumpió en Cannes como un elefante en una cacharrería, llevándose la Palma de oro a mejor película y mejor actriz (premio compartido entre las dos actrices protagonistas), premios ambos celebrados por crítica y público.

Desde entonces, tanto las declaraciones de las actrices en contra de la manera de dirigir del director, las escenas de sexo lésbico explícito, así como una publicación por parte de Julie Maroh (autora del cómic original "El Azul es un Color Cálido" en el que se basa la película) en su blog, han alimentado los debates de la crítica a nivel mundial. Revistas como Film Comment o Cahiers du Cinema han publicado recientemente textos en torno a la película, destacando o rechazando las cualidades polémicas de ésta, lo que ha llevado a generar una gran expectación entre el público.

La película no basa su fuerza en el guión, el despertar sexual de una adolescente de 17 años, una historia mil veces contada (de peor o mejor forma) en el cine, sino en su forma. El cine americano y europeo de los 70 (un buen ejemplo sería Jean Eustache) ha retratado la psicología adolescente y su apertura al placer sexual, representando un género en sí mismo (y que sigue siendo tema recurrente en la cinematografía mundial actual, sirva de ejemplo Larry Clark o, más recientemente, el jóven director canadiense Xavier Dolan), sin embargo, pocas veces se ha retratado una historia de amor adolescente (obviamos aquí si es homosexual o no) con la intensidad, pasión y realismo con la que el director tunecino aborda los devenires de Adèle (Adèle Exarchopoulos).

Abdel Kechiche basa todo el éxito de su película en tres pilares: la dirección, la intensa generosidad de sus actrices y la fotografía, combinándolos en una armonía de 180 minutos en la que cada elemento parece querer luchar para destacar sobre los demás, en una danza de ejecución perfecta. La dirección es soberbia, muestras sus cartas e intenciones desde el primer minuto, en el que nos damos cuenta de que la cámara va a acompañar a Adèle, y solamente a ella, recorriendo palmo a palmo su juvenil cuerpo, estimulando todos los sentidos del espectador. La vemos comer, la vemos dormir, la vemos oler, tocar, sentir y disfrutar mientras la cámara se encarga de transmitirnos esas sensaciones amplificadas, a través de una subjetiva mirada de la protagonista o mediante primerísimos primeros planos de su cuerpo (especialmente de su boca).

El segundo pilar de la película lo conforman sus generosas actrices (ambas ganadoras de la Palma de Oro en Cannes) que aportan un frescor inusitado a la cinta, dotándola de veracidad y realismo (sin entrar en el polémico tema de la dirección de actrices por parte de Kechiche). Excepcional está Adèle Exarchopoulos, que aguanta con maestría el sinfín de primeros planos que le otorga el director, recayendo sobre la joven actriz todo el peso de la película y excepcional también está Lea Seydoux, en el papel del deseo de Adèle, mostrándose segura y protectora. Por mucho que las actrices usasen vaginas protésicas, la intensidad y autenticidad del acto sexual elimina cualquier debate sobre la falta de asesoramiento en relación al sexo lésbico, resultando unas escenas de una necesidad abrumadora para el resultado de la historia. El espectador se pierde entre los cuerpos de las protagonistas, entre sus placeres y gemidos, filmados con precisión pero sin necesidad de recurrir a lo grotesco. No obstante, el grado de implicación de las actrices es tal, que una escena de sexo es superada en intensidad dramática por la de la ruptura de la pareja, una secuencia sobrecogedora de escasos minutos, de la que cuesta seriamente recomponerse.

La fotografía juguetea de manera muy sutil con la gama de colores del azul y el amarillo, tergiversando su significado cromático tradicional (como ya se hacia en el cómic). Los deseos de Adèle aparecen representados en azul, así como su estado de ánimo. Durante el capítulo 1 de la película (está rodada en 2 capítulos como si de dos películas complementarias se tratase) apenas existen planos en los que no haya un elemento destacando en color azul: un bolígrafo, la ropa de los alumnos de la escuela, paredes, ventanas y, por supuesto, el pelo de Emma (Léa Seydoux), cuya primera aparición en pantalla resulta crucial para el insatisfactorio mundo de nuestra protagonista. El impacto del azul en este encuentro es casi religioso, místico, como si de una aparición se tratase. El pelo teñido de Emma se vislumbra desde una multitud aburrida como una salvación, una solución a todos los problemas y dudas que acechan a Adèle. No hay nada gratuito en un filme cargado de sutilezas.

Todo cambiará en el segundo capítulo, anunciado de manera muy sugerente mediante el cambio de look de Emma, en un plano que parece no desentonar con lo anteriormente vivido. En él advertimos un pequeño cambio, la habitación está iluminada de un amarillo intenso y, a medida que avanza el plano secuencia, vemos que Emma tiene el pelo rubio, su color natural. A partir de este punto, los tonos amarillos se harán cada vez más presentes en la paleta de colores del filme, aunque los azules permanecerán para expresar los sentimientos de Adèle (la pared de la escuela donde trabaja es azul, así como su ropa). El azul volverá a ser importante en tres momentos cruciales de esta segunda parte: el momento en que Adèle y Emma se citan en un bar para intentar reconciliarse (Emma aparece tras un azul intenso mientras Adèle lleva un ajustado vestido azul); el momento de la playa en el que Adéle parece aceptar su situación (se sumerge en el agua que, poco a poco, va adquiriendo tonos azules cada vez más intensos); y el final, en el que la vemos con un elegante vestido azul mientras la cámara se queda inmóvil y la deja marchar. Adèle ha dejado de ser una niña, pero en el camino ha vivido un carrusel de emociones que la han llevado a amar (a los demás y a ella misma) y ser amada, a sentir el placer más intenso y la ansiedad más profunda, a pasar de la inocencia juvenil al dolor de las experiencias... y nosotros lo hemos vivido con ella.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Fiesta del Cine. Entradas a 2,90€, una doble lectura.

Con motivo de la Fiesta del Cine los días 21, 22 y 23 de octubre, la inmensa mayoría de las salas de exhibición españolas han puesto a la venta sus entradas para todas las películas de cartelera y sesiones a 2,90€ consiguiendo el lleno absoluto (800.000 espectadores entre lunes y martes), con lo que se reabre el debate sobre el precio de la entrada de cine y las dificultades de acceder a la cultura en nuestro país.

Es cierto que las decisiones políticas están condicionando a la industria cinematográfica española (y a la cultura en general), a la que dejan poco margen de fijación de precios. Recordemos que el 25% del precio final de una entrada corresponde a impuestos (21% de IVA mientras que en Francia el IVA del cine se acaba de bajar al 5%). No obstante, y este es un tema aparte, sobran intermediarios en la cadena de exhibición de una película, que debería estar menos condicionada a factores no controlables.

Las declaraciones de nuestros inspirados políticos tampoco ayudan, como la del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, que achacó recientemente la crisis del sector a la calidad de las películas españolas, todo un ejemplo del "buen hacer político" del que viene haciendo gala este Gobierno (y el anterior) o las del Ministro de Cultura, José Ignacio Wert que continúa sin posicionarse con claridad en relación a la excepción cultural propuesta por (¿quién si no?) Francia. 

Tampoco contribuye a una recuperación de la industria cinematográfica el recorte de más del 12% del Fondo de Garantía Cinematográfica, organismo del que salen las ayudas para la producción de cine, o el inexistente apoyo del Gobierno para la remodelación y reconversión de las salas españolas, razón por la que se estima que cerca de 900 salas deberán cerrar en los próximos meses al no poder digitalizar sus espacios (cabe señalar que el resto de países europeos sí han ayudado parcial o totalmente a esta reconversión).

Pero no es menos cierto también que la industria cinematográfica no ha sabido competir en este mercado. Ni productoras, ni distribuidoras, ni exhibidoras han sabido adaptarse a la situación actual, modernizando sus estrategias de venta y promoviendo la afluencia a las salas de una manera más directa, con una mayor relación con el público.

Y aquí es dónde radica el debate. Se ha culpado demasiado a políticos e industria (sin querer quitarles el "mérito" de la situación actual) con el resultado final de que la gente no va al cine porque es muy caro. Lo siento señores, no me lo acabo de creer. Es cierto que la gente consume mucho cine (lo prueba el incremento gradual año a año de las descargas de películas online) y que cada vez las salas están más vacías, pero no creo que sea la culpa (exclusivamente) de los precios de las entradas. 

Aquí entra en juego la trampa española, la de echar la culpa a los demás. Antes de seguir, comentar que en el precio de la entrada no van incluidas ni las palomitas ni la cocacola por si alguién lo dudaba, así que eso de que la entrada de cine cuesta 15€ no vale como argumento, igual lo que está caro son las palomitas y los refrescos (que, por cierto, no hacen ninguna falta para ver una película). 

Escucho a mucha gente quejarse por los precios del teatro, los libros, los discos y las entradas de cine, pero no son tantos los que protestan por copas de mala calidad a 8-12 euros en los locales de moda y no nos duelen 40€ por noche de sábado entre entradas a pubs (algunas más caras que las salas de cine) y consumiciones varias. Tampoco escatimamos al comprar la última moda en aparatos tecnológicos de una industria que nos toma el pelo constantemente (el que esté libre de pecado que tire la primera piedra) o por pagar nosecuantos euros al mes por ver fútbol y toros, pero sin embargo he oído múltiples quejas a la decisión del Caixa Forúm de Madrid de cobrar la entrada a 4 euros para acceder a las exposiciones.

En Madrid se puede ir al cine por muy poco dinero, sirva como ejemplo la Filmoteca (a 2,50€ y 2€ con el bono de 10 sesiones) o, con una oferta más actual, la Cineteca del Matadero (3,50€). Tanto los cines Renoir como los Verdi hacen descuentos a los socios (compensa hacerse socio) para que el cine cueste entre 4 y 6€ todo el año, y todo esto sin contar los múltiples bonos que ofrecen los cines comerciales, desde los Cines Box hasta los Cinesa o los Yelmo Cineplex. Estamos hablando de sólo 2 euros más de lo que la Fiesta del Cine ofrece, y todo esto sin esperar largas colas.

Creo que la gente se equivoca al calcular el precio de la entrada en la semana del cine. Una media de dos horas de espera en los Cines Princesa de Madrid el lunes (y supongo que similar en el resto de salas) para acceder al cine. Eso también hay que sumárselo a la entrada. Yo personalmente prefiero pagar 5-6 euros y no esperar cola que pagar un precio reducido de 2,90€ y tardar más de dos horas en entrar a ver una película que, a lo mejor, no es la que quería ver en un principio. El lunes escuché una conversación en la cola entre dos chicas que me chocó bastante, de la que reproduzco una parte:

- Chica 1: llevo más de dos horas en la cola (eran las 20:00)
- Chica 2 (que acababa de llegar): Qué vamos a ver?
- Chica 1: la que quede, a mi me da igual con tal de entrar
- Chica 2: Yo no sé ni lo que echan

Tras escuchar esta escalofriante revelación, me fui al final de la cola (sin exagerar unos 200 metros de cola que daban la vuelta a la plaza de los cubos y seguía por la calle Princesa) y le pregunté al último que a qué sesión quería ir y me contestó que a la de las 22:30 porque a la de las 20:30 era imposible. Decidí volverme a casa.

La principal conclusión que saqué es que a la gente se la trae al pairo el cine, lo que vaya a ver, lo importante era aprovechar el descuento, porque en eso sí que somos buenos, compramos lo que sea mientras esté con descuento o nos regalen algo. Estoy completamente seguro de que si regalasen un bocata de chorizo con la entrada los cines se llenaría igual o, lo que es peor, si rebajasen los precios de espectáculos que no nos interesasen lo más mínimo iríamos con tal de aprovechar el descuento y no quedar como unos pardillos.

Por cierto, es destacable también que la cola para comprar palomitas no era mucho más pequeña que la de comprar entradas y eso que las palomitas no estaban de promoción con lo que, al final, el precio último pagado por un usuario medio fue mucho más elevado que el que suelo paga yo normalmente. Por un lado los 2,90€ de la entrada, más los 7€ de palomitas y refresco, más el coste de estar dos horas esperando, que es mucho más elevado que todo eso.

Por lo que entiendo que la solución no está en poner las entradas a 3€ (dudo que si las entradas estuviesen permanentemente a 3€ el porcentaje de gente que va al cine se incrementase considerablemente), la gente es cómoda y prefiere ver las películas en casa. La solución tiene que venir de todos los lados. Del lado de la política se le deberían poner menos trabas a la cultura, elemento fundamental de la identidad de un país. Del lado de la industria, se deberían crear estrategias más imaginativas para acercar al público a las sala. Del lado del espectador poniendo más interés y haciendo un esfuerzo en lo que realmente merece la pena. Y, por último, del lado de los medios de comunicación e información en general, recuperando la figura del crítico cinematográfico comprometido y los programas de televisión y radio de difusión cultural (en la TV apenas queda Dias De Cine y con reducción de contenidos y horarios cada vez más complicados).

No echemos balones fuera, no vamos al cine porque no queremos ir y punto. Como bien decía un amigo ayer (Alberto Zarzosa), si queremos que Ana Botella hable inglés correctamente igual deberíamos empezar por hablarlo nosotros mismos. Es una cuestión de intereses.

El cine a 2,90€ está bien, pero no es la solución. Escojamos lo que valga la pena, luchemos por el cine de calidad y dejemos de tiranizar a los demás poniéndonos constantes excusas por las que no ir al cine. Las cosas cuestan y, por supuesto, la cultura (aunque existe y debe existir cultura gratuíta) también.

Y diciendo esto, me marcho a la Cineteca, que hoy debe estar vacía ante la vorágine de público que abarrotará las salas comerciales en el último día de la Fiesta del Cine.

martes, 8 de octubre de 2013

Gravity (Alfonso Cuarón, 2013)


Un pequeño paso para el cine, pero un gran salto para el entretenimiento
by Daniel Reigosa




Título original: Gravity | Año: 2013 | Duración: 90 min. | País. Estados Unidos | Director: Alfonso Cuarón | Guión: Alfonso Cuarón, Jonás Cuarón | Música: Steven Price | Fotografía: Emmanuel Lubezki | Reparto: Sandra Bullock, George Clooney | Productora: Warner Bros. Pictures / Esperanto Filmoj / Heyday Films

Hace unos años, concretamente a finales de 2009, una película abrió nuevas puertas a la tecnología en el cine, como en su día hicieron Matrix (Andy y Lana Wachowski, 1999) o, yéndonos mucho más atrás en el tiempo, 2001:Una Odisea en el Espacio (Stanley Kubrick, 1968). Se trataba de Avatar (James Cameron, 2009), una película rodada en 3D, suponiendo un nuevo reclamo para el público masivo. Pero la grabación y exposición en tres dimensiones no aportaba nada nuevo a la historia y, en muchos casos, se convertía en un elemento insulso y encarecedor del precio final de la entrada. Salvo en contadas excepciones, como La Vida de Pi (Ang Lee, 2012), el 3D no era un elemento diferenciador. Hasta que llegó Gravity (Alfonso Cuarón, 2013).

Gravity supone un experiencia inolvidable, un viaje sensorial fascinante. Las escenas desde dentro de la escafandra de la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock) son de un realismo tal, que te estremeces en el asiento ante la inmensidad y magnificencia del espacio. La película de Cuarón supone un nuevo paso en el entretenimiento familiar, con unos efectos especiales de esos que hacen que te estés preguntando durante todo el filme ¿cómo habrán hecho esto? o que no borres la expresión de asombro de tu cara. Eso sí, es imprescindible gastarse 2 o 3 eurillos más y verla en Real 3D. 

Ahora bien, una película no puede (o no debe) basarse al 100% en la tecnología utilizada, por muy buena que ésta sea. Hace falta una historia fuerte, interesante, con un buen desarrollo y construcción de los personajes. Y aquí es donde falla Gravity. Te deja frío, con ganas de algo más, con la sensación de que podría haber sido una película redonda, pero que se estanca en el limbo de las buenas películas con grandes pretensiones.

La película no es que tenga un mal guión o unas débiles actuaciones, pero a un salto técnico de este calibre se le debería exigir un guión a la altura, que no se noten tanto las diferencias para que el formato no se apodere de toda la película. Todo lo novedoso que resulta la exploración del 3D (la primera película en la que realmente merece la pena pagar un poco más), no lo es ni por asomo en cuanto a la historia. Esta película nos la han contado muchas veces, sabemos el final desde el primer minuto, y los personajes no aportan nada, aparte de ser excesivamente planos.

El guión funciona a base de constantes (y similares) repeticiones. La película va saltando de problema en problema, y de solución en solución, a veces resueltas demasiado azarosamente en un lugar, el espacio, donde deberían disminuir las probabilidades de este tipo de situaciones. El aspecto humano y su profundización brilla por su ausencia y queda reducido a pequeñas y no muy brillantes dosis. Tanto la Dra. Stone como el Dr. Matt Kowalski (George Clooney) son meras comparsas al servicio de la película, una especie de aguaplast para rellenar huecos en el trepidante ritmo que ofrece el largometraje, construídos con apatía y poca profundidad.

Y es que, por mucho que sea apasionante ver gotas en gravedad cero o un bellísimo amanecer sobre la esfera terrestre, se echa en falta un poco de profundidad, algún estímulo dramático con el que acompañar la sensacional experiencia sensorial. Y más en un terreno como el espacio, donde Tarkovski, Kubrick o, sin necesidad de recurrir a los grandes maestros, Duncan Jones (con la intrigante Moon) demostraron que era posible combinar fondo y forma.

En resumen, se trata de un grandísimo producto comercial, que supone un salto cualitativo en el uso del Real 3D, un "monolito"en cuanto a tecnología se refiere, pero que no va acompañado del salto cognitivo-evolutivo del que nos hablaba Kubrick. Esto es lo que pasa cuando la "herramienta" supera al ser humano. Y sí, las comparaciones son odiosas. 

viernes, 4 de octubre de 2013

La Herida (Fernando Franco, 2013)

La calidad no entiende de presupuestos

by Daniel Reigosa




Título original: La herida | Año: 2013 | Duración: 98 min. | País: España | Director: Fernando Franco | Guión: Fernando Franco, Enric Rufas | Fotografía: Santiago Racaj | Reparto: Marian Álvarez, Ramón Barea, Manolo Solo, Rosana Pastor, Andrés Gertrudix, Ramón Agirre | Productora: Elamedia Inc./ Encanta Films / Etb (Euskal Telebista) / Kowalski Films / Pantalla Partida Producciones



El cine independiente español está de enhorabuena. Mientras las grandes producciones intentan asemejarse cada vez más a la industria americana, copiando al pie de la letra productos insulsos (aunque lejos del éxito comercial de éstos), el cine independiente español está emergiendo con fuerza. Autores jóvenes, con presupuestos mínimos unido a cineastas más consagrados pero con algo realmente interesante que contar (Jaime Rosales, Javier Rebollo, Manuel Martín Cuenca o Pablo Berger por citar a algunos) están tejiendo las bases de un cine español de autor de calidad.

Se trata de un cine personal, en su mayoría, revestido de realidad, muy cercano al género documental, de bajo presupuesto, con presencia elevada de actores semi-profesionales, en algunos casos amateurs (P.ej. Arraianos de Eloy Enciso) y que ofrecen alternativas serias de distribución a las salas convencionales. Es el caso de Cinetecas, Filmotecas, Museos de Arte Contemporáneo, centros culturales o plataformas digitales.

Dentro de esta "nueva realidad", de la que tratan profundamente los números de Septiembre de las revistas "Caimán CdC" y "Dirigido por...", podemos destacar películas como "Los Ilusos" de Jonás Trueba (con distribución propia), "História de la Meva Mort" de Albert Serra (ganadora del Leopardo de Oro en el pasado Festival de Locarno), "Los Chicos del Puerto" de Alberto Morais (seleccionada para la sección oficial del Festival de Toronto), La Casa de Emak Bakia de Oskar Alegría (sección oficial del BAFICI) o La Herida de Fernando Franco (mención especial del Jurado y Concha de Plata a la mejor actriz en el 61 Festival de San Sebastián). Ésta última se estrena en cines este viernes (4 de octubre) con pocas copias pero con las expectativas muy altas tras lo éxitos conseguidos y buenas críticas cosechadas.


La Herida (Fernando Franco, 2013) respira una madurez impropia de una ópera prima -probablemente se deba a que su director no es nuevo en esto, sino que ha trabajado como montador durante más de una década con títulos a sus espaldas de la altura de Blancanieves o Alacrán Enamorado-. Se trata de un filme estudiado, honesto y sincero como pocos, en el que se puede observar detrás un exhaustivo estudio sobre el Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) o síndrome borderline.


Ana (excepcional Marian Álvarez) es una chica cercana a la treintena que vive en casa de su madre. Sus padres están divorciados y lleva una vida aparentemente normal. Es buena en su trabajo pero tiene serias dificultades para relacionarse, excepto con un amigo on-line, que parece ser el único que la entiende. Padece el síndrome borderline...pero ella no lo sabe.

La película ofrece un viaje al espectador al lado de Ana, en su día a día sin abandonarla ni un sólo segundo. Los planos se centran simple y llanamente en ella, no importa nada más, hasta los fondos están intencionadamente fuera de foco para que sólo nos fijemos en su persona. Se muestra cómo piensa, por qué se comporta de cierta manera e incluso la vemos dormir y comer (o más bien, "malcomer"). No se le juzga en ningún momento y no se revelan datos del pasado que puedan condicionarnos nuestro pensamiento sobre Ana. 

Tampoco se dan pistas sobre el lugar en el que vive, ni el año en el que estamos, no importa... simplemente la acompañamos durante, aproximadamente, un año de su vida. Observamos su relación con Jaime (su compañero de trabajo que parece entenderla a la perfección), con su madre (que toma la decisión fácil de ignorar el problema), con su novio (que está harto de sus cambios de humor) e incluso la relación con su padre (en una magistral escena en la boda de éste con su nueva mujer). No se dan detalles, simplemente vemos lo que Ana ve en ese momento. Contemplamos también sus heridas, en unas escenas sobrecogedoras. No se siente a gusto en el mundo, pero no se atreve a quitarse la vida.

Dos elementos claves en la película son la relación con la infancia y tratamiento de la película sin tener en cuenta la parte médica. Sobre la infancia, comentar que los TLP pueden estar asociados a trastornos y desorganización en la infancia (muchas veces se trata de duelos no resueltos a causa de pérdidas o acontecimientos traumáticos), por lo que la película hace especial hincapié en la relación de Ana con su etapa infantil, la vemos durmiendo en una habitación impropia para alguien de su edad (llena de pegatinas, con una lámpara de delfines, etc...)y con una relación distante y evasiva con su madre. Por otro lado, la decisión de no afrontar la enfermedad desde un lado clínico viene, según palabras del director, del hecho de que Ana no es consciente de su enfermedad. Tratar el tema desde un punto de vista médico apartaría al espectador de su relación con la protagonista, cambiaría su mirada sobre ella, de una manera probablemente más distante.

Por último, destacar la impresionante labor técnica. Cámara en mano y escasa profundidad de campo son la tónica de toda la película que nos sorprende con escenas como la de la boda de su padre o en la que Ana entra en una discoteca para escapar un rato de la presión del mundo en el que vive y no entiende. La interpretación de Marian Álvarez, lejos de ser contemplativa con el personaje, es magistral a la par que difícil, todo un regalo. Sentimos lo que siente Ana, sufrimos con ella y nos duelen las heridas tanto o más que a ella, incluso llegamos a justificar su comportamiento volátil.

Sin duda una de las mejores películas de este año. Se echa en falta un cine tan sincero y honesto, sin trampas, un golpe de realidad que nos sacuda violentamente en este mundo extraño en el que vivimos, por medio de otras personas y es que, en el fondo, todos tenemos algo de Ana.